No
es hoy permitido poner en duda la existencia de una sociedad oculta llamada
francmasonería, cuyo secreto nada misterioso, consiste en unirse al demonio
para destruir el reino de Dios sobre la tierra.
Como Dios reina por Jesucristo, y Jesucristo por la Iglesia católica, los
francmasones hacen el horrible juramento de aniquilar a Jesucristo y su
Iglesia, al
Infame, como decía Voitaire, uno de sus principales iniciados. Por largo
tiempo disimularon la infernal conjuración tanto en público como en sus primeras
logias; porque ni pueblo ni reyes habían progresado bastante para comprenderla:
pero
hoy que dominan en casi todos los tronos y dirigen los parlamentos y los
gobiernos, trabajan ya al descubierto. “¡El
clericalismo, ese es nuestro enemigo!” exclama uno de los cabezas del
movimiento, con aplauso de todos los adeptos. Y a fin de que nadie se
equivoque, la logia tiene cuidado de explicarles que no emplea la palabra “clericalismo”,
más que para embaucar a los que todavía conservan cierto apego a la Iglesia
católica; pues en el fondo, clericalismo y catolicismo, son una misma cosa. Por
lo demás, ya es muy conocida la francmasonería, sus constituciones, sus ritos,
sus execrables iniciaciones, sus juramentos, cuyas fórmulas sólo el infierno ha
podido suministrar; y
sabemos que todo se resume en esta blasfemia de Proudhon, el niño travieso y
descarado de la secta:
Nota
de Nicky Pío: Pocos son los católicos que saben quién
fue este satánico masón y revolucionario llamado Proudhon, si reproduzco esta blasfemia
en esta publicación no es para ofender a Dios, me guarde de semejante
intención, pero seguro que siendo una
obra incluso para laicos y escrita por uno de los hijos (redentoristas) de San
Alfonso María de Ligorio, R.P. Alfonso Berthé, en épocas (siglo XIX) en que la
misma Iglesia lo hubiese censurado, y no lo hizo, considero pertinente
publicarlo, para instrucción de los católicos ignorantes que piensan todavía
que esta diabólica secta tiene algo de bueno. Pasemos a las blasfemias tan
comunes en privado entre los masones y sus satélites.
“Yo
digo (dice el satánico masón Proudhon) que el primer deber del hombre
inteligente es arrojar inmediatamente de su espíritu y de su conciencia la idea
de Dios. ¡Espíritu mentido, Dios imbécil, tu reino ha concluido; busca otras
víctimas entre las bestias que tú estás ya destronado y hecho añicos!... ¡Y tú,
Satanás, calumniado por sacerdotes y reyes, ven, que te abrace y estreche
contra mi corazón! Mucho tiempo hace que me conoces y que yo te conozco a ti.
Tus obras, ¡oh bendito de mi corazón! no siempre son bellas, ni buenas; pero
ellas solas dan sentido al universo y le impiden ser absurdo... ¡Dios es la
hipocresía y la mentira; Dios la tiranía y la miseria; Dios es el mal! ¡Tú
sólo, oh Satanás, favoreces el trabajo y pones el sello a la virtud!” (Proudhon,
Contradictions économiques, t. I, 404, y De la justice dans la Revolution, t.
II, 140.)
No
todos los francmasones usan el lenguaje de Proudhon; pero todos profesan en su
corazón el mismo amor al mal, el mismo odio al bien. Su dicha consiste
en propagar la revolución, que es la obra satánica: su triunfo, en derribar la
Iglesia, reino de Dios y de Jesucristo. “No
se ocultan ya, dice el Papa León XIII, y alzan atrevidamente su brazo contra
Dios; traman abierta y públicamente la ruina de la Iglesia católica, y a toda
costa quieren robar el mundo a Jesucristo y sus beneficios. (Encíclica Humanum,
Genus).
Con estos datos acerca de la secta,
comprenderán nuestros lectores por qué todo buen masón ha debido considerarse
como enemigo personal de García Moreno, destructor infatigable de la
revolución. El concordato de 1862, repudiando el liberalismo, quebrantó en
manos de la masonería su gran medio de acción; la constitución de 1869 osó proscribir
a la secta como una calamidad pública; la protesta de 1871 contra la invasión de
Roma por Víctor Manuel, clavó en la picota, a la faz del mundo entero, al
ejecutor de sus sentencias, y a los reyes cómplices suyos, y en fin, la
consagración de la república al Sagrado
Corazón, ofreció el espectáculo singularísimo, único, de una nación que
habiéndose escapado de las garras de Satanás, se arroja al Corazón de su Dios
para amarlo, glorificarlo y servirlo. Era ya demasiado:
“El jefe de Estado Don Gabriel García Moreno
bastante atrevido (valiente) para tremolar el pendón de Jesucristo y pisotear
el de Lucifer, fue condenado a muerte por el gran consejo de la orden, la
masonería”
Fragmento tomado de la obra “GARCÍA MORENO” Capítulo XIII “EL
ASESINATO” – Escrita por el R.P. Adolfo Berthé. (Redentorista) siglo XIX.
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