Nota de Nicky Pío: Esta
breve obra la voy a publicar en partes, no es muy larga, sólo les recomiendo
leerla con detenimiento.
En 1825 una Comisión especial nombrada por
S. S. León XII y presidida por Mons. Tomás Bernetti, gobernador de Roma,
condenó a muerte, por varios asesinatos cometidos a traición, a dos
carbonarios: Angel Targhini y Leónidas Montanari.
Sin embargo, se les
comunicó que en atención al Jubileo que se estaba celebrando, esa pena se les
conmutaría si pedían perdón y se reconciliaban con la Iglesia y con el Cielo.
Camino del cadalso, varios sacerdotes
amonestan con suavidad a los sentenciados, que permanecen obstinados.
Ya ante el verdugo, mientras un gentío
inmenso reza arrodillado, Targhini grita: “Pueblo, muero inocente, francmasón,
carbonario e impenitente”. Y es decapitado.
Montanari tomó entre sus manos la cabeza de
su compañero ajusticiado y les dijo a los sacerdotes que lo exhortaban: “Esto;
es una cabeza de una adormidera que acaba de ser cortada”.
Los diarios de Francia y de Inglaterra
aprovecharon la ocasión para acusar a la Santa Sede de crueldad y de
“represión” y para glorificar como mártires a los dos vulgares asesinos.
Mientras tanto, el jefe de la Alta Venta le
escribe a uno de sus cómplices, Vindice, la siguiente carta, con su seudónimo
de Nubius:
“He asistido con la ciudad entera a la ejecución de Targhini y de Montanari; pero los prefiero muertos que vivos. El complot que locamente habían preparado con el fin de inspirar el terror no podía tener éxito, y pudo habernos comprometido; pero su muerte rescata estos pecadillos. Han caído con valor, y este espectáculo fructificará. Gritar a voz en cuello, en la plaza del Pueblo en Roma, en la ciudad madre del Catolicismo, en la cara del verdugo que os coge y del pueblo que os mira, que se muere inocente, francmasón e impenitente, es algo admirable: tanto más admirable cuanto que es la primera vez que semejante cosa ocurre. Montanari y Targhini son dignos de nuestro martirologio, puesto que no se dignaron aceptar ni el perdón ni la reconciliación con el Cielo. Hasta este día, los condenados, puestos en capilla, lloraban de arrepentimiento, a fin de tocar el alma del Vicario de las misericordias. Y éstos no han querido saber nada de las felicidades celestes, y su muerte de réprobos ha producido un magnífico efecto en las masas. Esto es una primera proclamación de las Sociedades Secretas y una toma de posesión de las almas.”