Que los judíos, a pesar
de las persecuciones medievales, no abandonaron el ideal talmúdico de
dominación universal, lo prueban, aparte de los hechos, numerosos testimonios
de fuente israelita.
Isaac Abravanel, estadista y filósofo judío
del siglo XII, anuncia en sus comentarios sobre Jeremías: “Cuando llegará el Mesías, el hijo de David, matará a todos los
enemigos. Todos los pueblos vendrán entonces al monte del Señor y quedarán
sometidos a los israelitas” (Isaac Abravanel, “Comentarios sobre Jeremías”,
cap. XXX.)
Juan Reuchlin, célebre humanista del siglo
XIV, profundo conocedor de las disciplinas talmúdicas, en las que fue iniciado por
el judío Obadías de Sfomo, escribía lo siguiente: “Los judíos esperan con impaciencia el ruido de armas, las guerras y
las ruinas de los reinos. Su esperanza consiste en un triunfo semejante al de
Moisés sobre los Cananeos, que será el preludio de un glorioso retorno a Jerusalén,
restaurada en su antiguo esplendor”.
.
“Esas ideas son el alma de los comentarios
rabínicos sobre los profetas. Y así, en todos los tiempos, los israelitas están
preparados para este acontecimiento, término supremo de las aspiraciones de la
raza judía” (Cit. por Delassus, “La Conjuration Antichretienne”, T. II, pág.
690/91).
El rabino convertido Drach, afirma en su
obra “L’Eglise et la Synagogue”: “Según la doctrina enseñada por los
maestros de Israel, el Mesías debe ser un gran conquistador, que someterá las naciones
a la esclavitud de los judíos. Estos retomarán la Tierra Santa, triunfantes y
cargados de las riquezas que habrán arrebatado a los infieles. Entonces todos
los pueblos estarán sujetos a los judíos y a éstos pertenecerán los bienes y el
poder de los vencidos. Es por un saludo a ese mismo triunfador y por la
esperanza de los bienes que debe procurar a su pueblo, como los rabinos terminan
de ordinario sus discursos”. (Cit.
por Delassus, Ob. cit. T. II, pág. 698.)
Todo esto no pertenece al pasado. En
nuestros días, por el contrario, los judíos parecen presentir cercano el
triunfo y hablan de él sin eufemismos, aunque luego protesten cuando los cristianos
se los hechan en cara. “Salimos de una
noche larga y obscura, llena de terrores ––dice Alfred Nossig–– Ante nuestras
miradas se extiende un panorama de dimensiones gigantescas, el globo terráqueo.
Allí nos lleva nuestro camino. Divisamos aún sobre nuestras cabezas grandes nubes
de tormenta. Centenares de los nuestros pagan todavía con la vida su fidelidad
a nuestro pacto. ¡Pero ya suena la aurora de nuestro día, el nuestro!”.
(Alfred Nossig,
“Intégrales judentum" (1922), pág. 21.)
“La
unidad del género humano se efectuará por la unidad religiosa ––dice otro judío
contemporáneo, Isidoro Loeb –– Las naciones se reunirán para llevar sus
ofrendas al pueblo de Dios. Toda la fortuna de las naciones pasará al pueblo
judío, el fruto de los graneros de Egipto, los ahorros de Etiopía, le
pertenecerán; marcharán ellos en cadena detrás del pueblo judío, como si fuesen
cautivos, y se prosternarán delante de él” (Isidore Loeb,
“La littérature des pauvres dans la Bible” (1892, págs. 218/19.)
.
Pero ese ideal continúa siendo activo y no meramente
contemplativo. Continúa requiriendo, lo mismo ahora que hace quince siglos, un
plan de acción y una autoridad que lo ejecute.