Copia de una carta; que
yo, Agustín Barruel, canónigo honorario de Nuestra. Señora, recibí en París, el
20 de agosto de 1806.
Florencia, 19 agosto de
1806.
Muy señor mío: Hace pocos meses tuve por
casualidad la dicha de leer vuestra excelente obra titulada: Memorias de los
jacobinos, que he leído, o mejor dicho devorado con indecible placer, y de la que
he sacado grande utilidad y mayores enseñanzas para mí propia conducta, tanto
más cuanto que en ella he encontrado pintadas infinidad de cosas de que en el
curso de mi vida he sido testigo ocular, aunque sin comprenderlas del todo.
Recibid, señor, por todo ello de este ignorante militar, que tal lo soy, las
más sinceras felicitaciones por vuestra obra, que con justo título puede
llamarse la obra por excelencia del pasado siglo. ¡Ah, qué bien habéis quitado
la careta a esas sectas infernales, que preparan los caminos del anticristo y
son las enemigas implacables, no sólo de la religión cristiana, sino también de
todo culto, de toda sociedad y de todo orden!
“Hay sin embargo entre esas sectas una, a la
que no os habéis referido sino muy de pasada, quizá porque es la más conocida,
y en este concepto la menos temible; aunque en mi opinión es hoy el poder más
formidable, si se consideran sus inmensas riquezas y la protección de que goza
en casi todos los Estados de Europa. Ya comprenderéis que me refiero a la secta
judía. Parece en un todo enemiga y separada de las demás; pero realmente no lo
es. En efecto, basta que cualquiera de ellas se declare enemiga del nombre
cristiano, para que el judaismo la favorezca, la auxilie y la proteja. ¿No le
hemos visto y no le vemos todavía ahora prodigar el oro y la plata para sostener
y dirigir a esos modernos sofistas, francmasones, jacobinos e iluminados? Los
judíos, por consiguiente, no forman con todos los otros sectarios si no una sola
asociación para aniquilar, a ser posible, el nombre cristiano. Y no creáis, señor,
que en esto exagero lo más mínimo; pues yo no sostengo sobre este punto nada,
que no me haya sido declarado por los mismos judíos, y ved de qué manera:
Cuando el Piamonte, de donde yo soy nativo,
se hallaba en revolución, tuve ocasión de frecuentar el trato y tener confianza
con ellos aunque ellos fueron los primeros en buscarme; y como yo entonces
escrupulizaba poco, afecté estrechar con ellos grande amistad, y llegué a
decirles, suplicándoles el más rigurosa secreto, que había nacido en Liorna de
familia judía; que muy pequeño todavía, había sido educado por no sé quién que ni
siquiera sabía si había sido o no bautizado, y que a pesar de vivir y obrar
exteriormente como católico en mi corazón pensaba como los de mi nación, por los
que había conservado siempre tierno y secreto amor. Entonces ellos me hicieron
los mayores ofrecimientos y me franquearon toda su confianza. Me prometieron el
ascenso de general, si me prestaba a entrar en la secta de los francmasones; me
enseñaron grandes cantidades de oro y plata que distribuían, me decían, entre
los que abrazaban su partido, y se empeñaron en regalarme tres armas adornadas
con las insignias de la francmasonería, que yo acepté para no disgustarlos y
animarlos a que me dijeran sus secretos. He aquí lo que los principales y más
ricos judíos me descubrieron en diferentes ocasiones.
1° Que
Manes y el infame Viejo o anciano de la Montaña habían salido de su nación;
2° Que la
francmasonería y la secta de los iluminados fueron fundadas por dos judíos,
cuyos nombres me dijeron más que por desgracia se me han borrado de la memoria;
3° Que de ellos, en una palabra, habían tomado origen todas las sectas anticristianas, tan numerosas al presente, y cuyos afiliados ascendían a muchos millones de ambos sexos, de todo estado, categoría y condición;
4° Que solo en nuestra Italia contaban, como
adeptos, más de ochocientos eclesiásticos, regulares y seculares, entre ellos
muchos párrocos, profesores, prelados, algunos obispos y algunos cardenales; y
que no desesperaban de tener dentro de un poco un Papa de su partido (cosa que
fuera posible, suponiéndolo. cismático);
5° Que igualmente en España tenían un gran número
de partidarios, aun entre el clero, a pesar de estar en ese reino vigente
todavía la maldita Inquisición;
6° Que su
mayor enemigo era la familia de los Borbones, a la cual dentro de pocos años
esperaban aniquilar;
7° Que
para mejor engañar a los cristianos, ellos fingían serlo también, viajando y
andando de un país a otro con partidas falsas de bautismo, que compraban a
algunos párrocos avaros y corrompidos;
8° Que
esperaban a fuerza de astucia y dinero obtener de todos los gobiernos el estado
civil, como lo habían conseguido en muchos países;
9° Que una
vez en posesión de los derechos civiles como todos, ellos comprarían casas y
tierras cuantas pudiesen, y por medio de la usura bien pronto despojarían a los
cristianos de sus bienes raíces y tesoros, como está sucediendo en Toscana,
donde los judíos ejercen impunemente la usura más exorbitante y continuamente
están haciendo inmensas adquisiciones de fincas rústicas y urbanas;
10° Que por consiguiente esperaban en menos de un siglo
hacerse dueños del mundo, abolir todas las demás sectas para que la suya
tuviese exclusivo dominio, convertir en sinagogas todas las iglesias de los
cristianos y reducir a estos a una verdadera esclavitud.
Ved aquí, señor, los terribles proyectos de
la nación judía, que yo he oído con mis
propios oídos. Ciertamente es imposible que los realicen todos, como contrarios
a las promesas infalibles de Jesucristo, a la Iglesia y a las profecías, las
cuales anuncian que ese pueblo debe andar errante y vagabundo en desprecio y
esclavitud, hasta llegar al conocimiento del verdadero Mesías que el crucificó,
y hasta abrazar la fe para consuelo de la Iglesia en los tiempos postreros. Sin
embargo, ellos pueden causar mucho daño, si los gobiernos siguen favoreciéndolos
como lo hacen de muchos años a esta parte. Sería por lo tanto mucho de desear,
que una pluma enérgica y excelente como la vuestra abriese los ojos a dichos
gobiernos, y lo persuadiese de volver a reducir a este pueblo a la abyección
que se merece, y en la cual nuestros padres, más políticos y juiciosos que
nosotros, tuvieron siempre cuidado de mantenerlos. A conseguir este fin, señor,
os invito de mi parte, suplicando dispenséis a un italiano, a un militar, las
faltas de toda clase que encontraréis en esta carta. Deseo que la mano de Dios os
otorgue la más abundante recompensa por los luminosos escritos con que habéis
enriquecido a la Iglesia, y el que los leyese cobre por vos la más alta
estimación y el más profundo respeto, con que yo, señor, tengo la honra de ser
vuestro humildísimo y adicto servidor.
Juan Bautista Simonini.
“P. D. Si en este país puedo serviros en
algo y si tenéis necesidad de nuevos informes acerca del contenido de la presente,
hacédmelo saber y seréis complacido”.
A continuación de la copia de la carta se
leen las siguientes anotaciones que escribió el P. Barruel en tres épocas sucesivas.
NOTA:
Lo veremos en la próxima publicación si Dios quiere.
“LOS JUDIOS Y LA
MASONERÍA”
Pbro. Nicolás Serra y
Caussa.
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