sábado, 13 de abril de 2024

Jacques Cathelineau (1759-1793) “La epopeya de la Vendée” – Por el P. Alfredo Sáenz S.J.

 




   Tal la primera figura importante que aparece en la contienda. Nacido en Pin-en-Mauges, era un hombre de pueblo, que recorría la zona en carro y hacía encargos a domicilio. Al mismo tiempo cumplía el cargo de cantor en la parroquia. Tratábase de una persona de fe sólida, cuyas virtudes lo recomendaban a todos los que lo conocían. A este joven alto, inteligente y de ojos vivos, la persecución religiosa lo había exasperado. Aborrecía la Revolución, y por donde pasaba no perdía ocasión de hablar a la gente en su contra. El hecho de ir de feria en feria, de mercado en mercado, le permitía conocer a todo el mundo en los alrededores, siempre diciendo francamente lo que pensaba.

   Pues bien, (…), el 11 de marzo de 1793 estaba preparando el horno con el fin de amasar pan para él, su mujer y sus cinco hijos, cuando llegó a su casa un primo suyo, que había sido convocado como conscripto en aquella famosa leva (reclutamiento forzoso) que provocó el golpe de Saint-Florent, y le relató lo que allí había sucedido entre los conscriptos y las autoridades del distrito.



   Se lavó las manos, se vistió a las apuradas, ciñóse una pistola, ató a la cintura el rosario, y se dirigió a la plaza para hablar con los paisanos. Tenía entonces 34 años. De entre los presentes 28 se le unieron. Los llevó entonces a la iglesia y puso en sus chaquetas una imagen del Sagrado Corazón. Volvió luego a la plaza. Se encontraban allí varias mujeres: “Ustedes, que no pueden combatir –les dijo–, recen por el éxito de nuestras armas”. Su esposa, llorando, quería retenerlo. “¿No ves nuestros cinco hijos? ¿Qué harán sin ti?”. A lo que te contestó: “Ten confianza; Dios, por quien voy a luchar, tendrá cuidado de ellos”. Algunos hicieron tocar las campanas a rebato, también en los campanarios vecinos. Y partieron para la Cruzada. Así se ha podido señalar el 11 de marzo como la fecha en que dio comienzo esta epopeya.

   Cathelineau y los suyos se dirigieron hacia Jallais, donde estaba apostada una guarnición de soldados. Sería preciso arrebatarles las armas. En las cercanías, una mujer les dijo: “Los republicanos tienen allí un cañón”. “Lo tomaremos”, respondieron. “¿Con bastones?”. “Con la ayuda de Dios”.

   Cuando llegaron a Jaillais ya eran 500. Al ver la ciudad, el caudillo detuvo a los suyos: “Amigos –les recordó–, no olvidemos que estamos luchando por nuestra santa religión”. Puso una rodilla en tierra, hizo la señal de la cruz y entonó en alta voz el Vexilla Regís, que sería en adelante el himno de piedad y de combate de los vendeanos. Luego se levantó, y se lanzó intrépido al ataque, juntamente con sus compañeros, que blandían guadañas y bastones. Los republicanos, tomados de sorpresa, huyeron, abandonando su famoso cañón. Al ver que en el campanario de la iglesia flameaba el pendón tricolor, Cathelineau no vaciló en arriarlo. Un gesto realmente simbólico. Luego siguió avanzando con su contingente, ocupando poblados, incorporando hombres y apoderándose de cañones enemigos. En algunos de esos encontronazos debió combatir cuerpo a cuerpo, enardeciendo a los suyos. Cuando terminó el día, “el santo de Anjou” –así lo apodaría toda la Vendée– entró en una capilla y rodeado de penumbras agradeció su ayuda al Señor de los Ejércitos. Como se ve, inicialmente no fue sino un movimiento espontáneo, popular y religioso. Sin saberlo, otros muchos se habían levantado en diversos lugares de la zona con idénticos propósitos, entre ellos Stoffiet.

   No nos detendremos en las siguientes batallas que comandó quien pronto sería proclamado Generalísimo de todo el Ejército y tuvo siempre en jaque al enemigo.

   Refiriéndose a él, diría Napoleón que poseía “la primera cualidad de un hombre de guerra, la de no dejar reposar jamás ni a los vencedores ni a los vencidos”.

   En el sitio de Nantes, (…), cayó mortalmente herido. Fue llevado a Saint-Florent, a orillas del Loire, lugar donde comenzó el alzamiento. El sacerdote que lo acompañó los catorce días que duró su agonía, nos ha dejado una inteligente reflexión del significado de su persona y de su gesta:

   “¿Cómo es que alrededor de esta vida corta se ha fijado una gloria que pocos hombres de guerra han igualado? La explicación se encuentra no tanto en los méritos del hombre, como en todo aquello que simbolizaba. Cathelineau personificaba el alma de la Vendée [...]. La revuelta fue popular: él era pueblo. Fue paisana: él era hijo de la tierra. Fue una sublevación de hombres que no temían nada: él, según la confesión de todos, era un bravo entre los bravos. Fue una explosión de fe cristiana [...], Aparece como la viva encarnación de sus compatriotas. Instintivamente el pueblo busca perpetuar en un nombre la memoria del generoso esfuerzo, sacrificio, devoción, trabajo, desprecio por la muerte, hogar y familia abandonados, Dios confesado hasta la sangre. Todo lo que era mérito colectivo y sublimemente anónimo se fijó en un hombre; y todo esto, en la lengua del pueblo sublevado, se llamó Cathelineau”.

   Murió el 14 de julio de 1793.

 

“LA REVOLUCIÓN FRANCESA”

Serie

La nave y las tempestades

 

 


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