Tal la primera figura
importante que aparece en la contienda. Nacido en Pin-en-Mauges, era un hombre de
pueblo, que recorría la zona en carro y hacía encargos a domicilio. Al mismo
tiempo cumplía el cargo de cantor en la parroquia. Tratábase de una persona de
fe sólida, cuyas virtudes lo recomendaban a todos los que lo conocían. A este
joven alto, inteligente y de ojos vivos, la persecución religiosa lo había
exasperado. Aborrecía
la Revolución, y por donde pasaba no perdía ocasión de hablar a la gente en su
contra. El hecho de ir de feria en feria, de mercado en mercado, le
permitía conocer a todo el mundo en los alrededores, siempre diciendo
francamente lo que pensaba.
Pues bien, (…), el 11 de marzo de 1793 estaba preparando el horno con el fin de amasar pan para él, su mujer y sus cinco hijos, cuando llegó a su casa un primo suyo, que había sido convocado como conscripto en aquella famosa leva (reclutamiento forzoso) que provocó el golpe de Saint-Florent, y le relató lo que allí había sucedido entre los conscriptos y las autoridades del distrito.
Se lavó las manos, se vistió a las apuradas,
ciñóse una pistola, ató a la cintura el rosario, y se dirigió a la plaza para
hablar con los paisanos. Tenía entonces 34 años. De entre los presentes 28 se
le unieron. Los llevó entonces a la iglesia y puso en sus chaquetas una imagen
del Sagrado Corazón. Volvió luego a la plaza. Se encontraban allí varias mujeres:
“Ustedes,
que no pueden combatir –les dijo–, recen por el éxito de nuestras armas”.
Su esposa, llorando, quería retenerlo. “¿No
ves nuestros cinco hijos? ¿Qué harán sin ti?”. A lo que te contestó: “Ten
confianza; Dios, por quien voy a luchar, tendrá cuidado de ellos”. Algunos
hicieron tocar las campanas a rebato, también en los campanarios vecinos. Y
partieron para la Cruzada. Así se ha podido señalar el 11 de marzo como la
fecha en que dio comienzo esta epopeya.
Cathelineau y los suyos se dirigieron hacia Jallais, donde estaba apostada una guarnición de soldados. Sería preciso arrebatarles las armas. En las cercanías, una mujer les dijo: “Los republicanos tienen allí un cañón”. “Lo tomaremos”, respondieron. “¿Con bastones?”. “Con la ayuda de Dios”.
Cuando llegaron a Jaillais ya eran 500. Al
ver la ciudad, el caudillo detuvo a los suyos: “Amigos
–les recordó–, no olvidemos que estamos luchando por nuestra santa religión”. Puso
una rodilla en tierra, hizo la señal de la cruz y entonó en alta voz el Vexilla
Regís, que sería en adelante el himno de piedad y de combate de los
vendeanos. Luego se levantó, y se lanzó intrépido al ataque, juntamente con sus
compañeros, que blandían guadañas y bastones. Los republicanos, tomados de
sorpresa, huyeron, abandonando su famoso cañón. Al ver que en el campanario de
la iglesia flameaba el pendón tricolor, Cathelineau no vaciló en arriarlo. Un gesto
realmente simbólico. Luego siguió avanzando con su contingente, ocupando
poblados, incorporando hombres y apoderándose de cañones enemigos. En algunos
de esos encontronazos debió combatir cuerpo a cuerpo, enardeciendo a los suyos.
Cuando terminó el día, “el
santo de Anjou” –así lo apodaría toda la Vendée–
entró en una capilla y rodeado de penumbras agradeció su ayuda al Señor de los
Ejércitos. Como se ve, inicialmente
no fue sino un movimiento espontáneo, popular y
religioso. Sin saberlo, otros muchos se habían levantado
en diversos lugares de la zona con idénticos
propósitos, entre ellos Stoffiet.
No nos detendremos en las siguientes
batallas que comandó quien pronto sería proclamado Generalísimo de todo el
Ejército y tuvo siempre en jaque al enemigo.
Refiriéndose
a él, diría Napoleón que poseía “la primera cualidad de un hombre de guerra, la
de no dejar reposar jamás ni a los vencedores ni a los vencidos”.
En el sitio de Nantes, (…), cayó mortalmente
herido. Fue llevado a Saint-Florent, a orillas del Loire, lugar donde comenzó
el alzamiento. El sacerdote que lo acompañó los catorce días que duró su
agonía, nos ha dejado una inteligente reflexión del significado de su persona y
de su gesta:
“¿Cómo
es que alrededor de esta vida corta se ha fijado una gloria que pocos hombres
de guerra han igualado? La explicación se encuentra no tanto en los méritos del
hombre, como en todo aquello que simbolizaba. Cathelineau personificaba el alma
de la Vendée [...]. La revuelta fue popular: él era pueblo. Fue paisana: él era
hijo de la tierra. Fue una sublevación de hombres que no temían nada: él, según
la confesión de todos, era un bravo entre los bravos. Fue una explosión de fe
cristiana [...], Aparece como la viva encarnación de sus compatriotas. Instintivamente
el pueblo busca perpetuar en un nombre la memoria del generoso esfuerzo, sacrificio,
devoción, trabajo, desprecio por la muerte, hogar y familia abandonados, Dios
confesado hasta la sangre. Todo lo que era mérito colectivo y sublimemente anónimo
se fijó en un hombre; y todo esto, en la lengua del pueblo sublevado, se llamó
Cathelineau”.
Murió el 14 de julio de
1793.
“LA REVOLUCIÓN FRANCESA”
Serie
La nave y las
tempestades
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