Comentario de Nicky
Pío: Este escrito está dirigido contra la satánica y diabólica doctrina de los llamados “Católicos neutrales
o indiferentes” Que gustan de prender una vela a Dios y otra al demonio del
liberalismo.
Los liberales que hacen guerra franca a
Jesucristo, y se despachan a su gusto contra todo lo que le pertenece, con
ruido y escándalo; los que le persiguen de un modo más moderado y sin grandes
alborotos; los que buscan el modo de que el liberalismo, sin dejar de ser tal,
ande unido con el catolicismo, con perjuicio de éste, y los que ayudan y
protegen a todos esos en su obra liberalesca, es claro y manifiesto que están
contra Jesucristo, y no militan en el bando de los que están con ÉL Pero ocurre
que hay católicos que creen poder permanecer neutrales, y no pertenecer a
ninguno de esos dos bandos opuestos que hoy se disputan el gobierno de los
pueblos, aspirando el uno a regirlos según la ley de Dios y enseñanzas de la
Iglesia, y el otro sin tener en cuenta para nada lo que manda Dios y lo que
enseña la Iglesia. Este es otro error que es preciso disipar, y a eso dedico
este capítulo.
Ese estado neutral, ese puesto medio en que
quieren permanecer algunos católicos, es una ilusión, una quimera, un engaño
completo, porque jamás ha existido ni existirá. Así lo declaró formalmente
Jesucristo en su Evangelio cuando dijo: «El que no está conmigo, está contra Mí.»
Algunos han querido oponer a esa sentencia esta otra, que se lee en San Lucas:
«El que no está contra vosotros, por vosotros es.» Cornelio Alápide y todos los
expositores dicen que no hay oposición entre esas dos sentencias, porque la
última debe entenderse así: El que en nada está contra vosotros, está por
vosotros. Eso no se verifica en el neutral en religión, y por eso resulta
siempre que el que no está con Jesucristo, está contra Él.
Tiene
Jesucristo la plenitud de autoridad sobre las naciones, los pueblos y los
individuos, y puede imponer su ley a unos y otros con pleno derecho a ser
obedecido. Las naciones, pues, los pueblos y los individuos que están neutrales
y les sea indiferente el que Jesucristo sea o no sea obedecido, están contra
Él, porque no le procuran una obediencia que le corresponde, y dejan que no se
le rinda el homenaje que se le debe como a Soberano Señor de todo, y permiten hasta
que se le insulte y desprecie
.
Jesucristo tiene derecho a que todo sea para
Él, para gloría suya, y todo, por consiguiente, debe ordenarse a ese fin en el
gobierno de las naciones, de los pueblos, de las familias, y en la conducta de
los individuos. Los que no procuren ese estado de cosas, aquéllos para quienes
sea indiferente que se le dé o no se le dé gloría a Jesucristo, que se le
reconozca o no por Soberano Señor de todo, que se le sirva o no se le sirva,
están contra Jesucristo.
De aquí se puede deducir que un Gobierno,
aun cuando no dicte leyes de persecución contra la Iglesia de Jesucristo, con sólo
el hecho de mostrarse indiferente para con ella, está ya contra Jesucristo.
Esto se comprenderá mejor con un ejemplo.
Supongamos que un hombre se presenta de
repente en una, casa, y dirigiéndose puñal en mano a la señora de ella, le
exige cuánto dinero guarda en sus arcas, so pena de hundirle el puñal en el
pecho. Allí mismo está un hijo de la señora, fuerte y robusto, que puede, muy
bien defender a su madre y librarla de aquel peligro; pero lejos de hacer eso,
dice para sí: «Ahí se las arregle mi madre como pueda. Si la roban, que la
roben; si no quiere dar el dinero y la matan, que la maten; nada tengo que ver
en eso; observaré una conducta neutral ¿Quién no dirá, en este caso que ese
hijo, en el mero hecho de no obrar a favor de su madre pudiendo hacerlo, obró
contra su madre? Esto es indudable, porque la madre salió perjudicada por no
haberla defendido su hijo. »
Hace lo mismo un Gobierno que ve y observa
los daños que se hacen a la Religión de Jesucristo, y dice como aquel hijo:
«Ahí se las haya la Religión como pueda. Si se blasfema de Dios, que se
blasfeme; si se propagan errores contrarios a sus doctrinas, que se propaguen;
si se la borra de los corazones por la seducción, que se la borre; si
desaparece totalmente de los pueblos, que desaparezca; si Jesucristo es
olvidado por completo, me da lo mismo; no tengo que ver en eso. Yo he de
permanecer neutral.» ¿Quién puede dudar, preguntamos de nuevo, de que ese
Gobierno está contra Jesucristo?
La misma doctrina se puede aplicar a los
individuos que pueden y deben hacer algo por Jesucristo y no lo hacen. Hoy se encuentran muchos de esos, que dicen
muy frescos: no me meto en política; allá se las arreglen; que suba el que
quiera; lo mismo me importa que manden unos como que manden otros. ¿Quién no ve
que estos hombres están contra Jesucristo, puesto que nada les importa que
suban al poder hombres que lo persigan en su Iglesia, en sus ministros y en sus
cosas?
Hay otros muchos de los que cada uno de
ellos se explica de este modo: Sensible es todo lo que está pasando; grande es
el peligro en que nos hallamos; los enemigos de Dios trabajan con ardor; pero
¡qué hemos de hacer! Yo con nadie pienso meterme; no es cuestión de
indisponerse con nadie.
Algunos o muchos de los que hablan de ese
modo pueden hacer mucho por Jesucristo, o por su posición social, o por su
talento, o porque disponen de no pocos recursos; no lo hacen y dejan que
trabajen los enemigos de Jesucristo, con tal de que esos enemigos de Jesucristo
sean amigos de ellos y no los persigan como hacen con el Divino Maestro:
¿Diremos que éstos están con Jesucristo, siendo amigos de sus enemigos y no
oponiéndose a sus planes de guerra a Jesucristo, pudiendo hacerlo?
Basta: esos neutrales están juzgados por
Jesucristo con esta sentencia que dió contra ellos: «Quien no está conmigo,
está contra Mí.»
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