sábado, 19 de junio de 2021

Los judíos y la francmasonería – Por el Pbro. Julio Meinvielle.


 



 

   Ahora bien, con esta ilusión se introducen en la Cristiandad los judíos, medio a escondidas. En los ghettos han preparado las herramientas para la obra, demoledora que ahora pueden emprender dentro de la misma Cristiandad.

   ¿Qué tienen que hacer ahora? Tienen que echar a rodar por el mundo de los cristianos ideas de rebelión que rompan esa armadura de Sociedad Medioeval, tan fuertemente consolidada, y sobre todo terminar con estos dos puntales de la Sociedad Cristiana: el altar y el trono; el Papa y el Rey. Para ello tienen preparada una fórmula magnética que va a deslumbrar y subyugar las multitudes de una sociedad en cierto modo agitada y turbulenta por culpa de ese trono y de ese altar que, olvidando que en el reino de Dios toda grandeza es una grandeza de servido, porque el Papa y el Rey están sobre todos para servirles a todos, han canalizado el poder.

   Una fórmula de tres palabras va a enloquecer al mundo: ¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!

   Pero ¿cómo lanzarlas al mundo para que se hagan substancia en la carne de los cristianos, sobre todo sabiendo que basta que aparezca el sello judaico para que sean rechazadas?

   Muy sencillo para esta raza conspiradora por naturaleza. Las hará germinar y aclimatar primero en conciliábulos secretos, donde se agruparán todos los ambientes de una sociedad en descomposición.

   Y así los turbulentos, y agriados por el espíritu de rebelión, con el cerebro delirando concepciones e ideas de transformación mundial, apañados por aristócratas no menos ambiciosos, se reunirán en “logias secretas” de la Francmasonería.

   En esas tenebrosas sectas, bajo la apariencia de ritos y fórmulas judaicas inofensivas, con el pretexto de “trabajar por el mejoramiento material y moral en el perfeccionamiento social e intelectual de la humanidad” (E. Plantagenet, La Franc-Maconnerie francaise), se buscará destruir cuanto la Iglesia Católica había hecho en el mundo. (A. Preuss, Etudes sur la F. M. Américaine).

   No se crea que el problema de la Masonería es un fantasma que se agita para explicar lo que no es sino resultado de fuerzas naturales. Basta decir que hay pruebas abundantes y sólidas de la acción mortífera de estas sectas corruptoras.

   Son éstas, sobre todo, los documentos masónicos incautados, como los del “Iluminismo de Baviera”, caídos en manos de la Policía en 1785, y que el abate Barruel aprovechó para escribir sus Mémoires pour servir a l´histoire du Jacobinisme, 1798; los de “La Alta Venta Romana”, llegados a poder del Vaticano en 1845, y de los que se ocupó Crétineau Joly en su libro La Iglesia Romana frente a la Revolución; más recientemente los de los Archivos masónicos de Budapest, incautados en 1919 cuando la caída de Bela Kun en Hungría.

   Pero aun sin recurrir a estos documentos, basta recoger las afirmaciones insolentes y cínicas de los mismos francmasones que hoy se sienten orgullosos de sus gestas perversas.

   Las palabras con que el francmasón Bonnet resumió los triunfos masónicos en el Congreso Masónico del Gran Oriente de Francia en 1904 son muy ilustrativas.

   En el siglo XVIII —dice— la gloriosa generación de los enciclopedistas encontró en nuestros templos un auditorio fervoroso que, entonces solo, invocaba la radiante divisa, desconocida por la muchedumbre; Libertad, Igualdad, Fraternidad. La semilla germinó pronto.

   Nuestros ilustres H. H. D'Alembert, Diderot, Helvecio, Holbach, Voitaire, Condorcet terminaron la obra de evolución espiritual y prepararon los tiempos actuales.

   Y cuando se desplomó la Bastilla, la francmasonería tuvo el honor supremo de dar a la humanidad la carta que había elaborado con amor.

   El H. La Fayette es el primero que presentó el proyecto de una declaración de los derechos naturales del hombre y del ciudadano que vive en sociedad, para formar con él el capítulo primero de la Constitución. El 25 de agosto de 1789, la Constituyente, de la que más de 300 miembros eran masones, adoptó definitivamente, casi palabra por palabra, como se estudió largamente en las logias, el texto de la inmortal declaración de los derechos del Hombre. En esta hora decisiva para la civilización la francmasonería francesa fue la conciencia universal, y en las improvisaciones e iniciativas de las Constituyentes no cesó de aportar el resultado reflexivo de las elaboraciones de sus talleres.

   Hasta aquí el francmasón Bonnet. Otros dos autores, Cochin y Charpentier, que coleccionaron los documentos de los archivos municipales y nacionales de Francia, han podido escribir que desde 1787 a 1795 no hay ni un solo movimiento popular, excepto el de la Vendée, que no haya sido movido y organizado en los más insignificantes detalles por los Jefes de una organización secreta, que actuó en todas partes del mismo modo, haciendo ejecutar sus órdenes a la voz de mando.

   ¿Y quién creó y quién comandaba las multitudes de logias que infestaban el suelo de Francia?

   El judío Isaac Wise nos da la respuesta en “The Israelite” del 3 y 17 de agosto de 1855: La Masonería —dice— es una institución judía, cuya historia, reglamentos, deberes, consignas y explicaciones son judías desde el comienzo al fin, con excepción de alguna regla secundaria y algunas palabras en el juramento.

   Y por los numerosos documentos secuestrados de los Archivos masónicos de Budapest en 1919 (La Franc-Maconnerie en Hongrie, Preface de Charles Wolf, Budapest, 1921) aparece claro que la masonería es una obra eminentemente judía. Así, por ejemplo, el libro que contiene la Constitución de la Gran Logia Simbólica de Hungría, impreso en Budapest en 1906, lleva la fecha de la era judía 5886. El texto de los votos pronunciados por los miembros está concebido en lengua hebraica. Las consignas, que cambian cada seis meses o cada año, son igualmente hebreas. La lista publicada al fin del libro nos muestra que el 92% de los miembros de las Logias son judíos; no son sino nombres como Abel, Bloch, Berger, Fuchs, Herz, Levy, Pollak, Rosenthal, Schon, etc., o bien nombres judíos magiarizados como Kun, Kadar, etc. (Ver Mons. Jouin. La Judeo-Maconnerie et L’Eglise Catholique).

   La afirmación de Gougenot des Mousseaux (Le juit et la judaisation des peuples, 1869) de que en el Consejo universal y supremo, pero secreto, de la Masonería, compuesto de nueve miembros, se han de reservar cinco asientos para los representantes de la nación judía, no es tan peregrina.

 

“EL JUDÍO”

La teología en defensa del catolicismo.

AÑO 1959 (3ª Edición)

 

La primera edición de la presente obra, se publicó en el “año 1936”


No hay comentarios:

Publicar un comentario