Ahora bien, con esta ilusión se introducen
en la Cristiandad los judíos, medio a escondidas. En los ghettos han preparado
las herramientas para la obra, demoledora que ahora pueden emprender dentro de
la misma Cristiandad.
¿Qué
tienen que hacer ahora? Tienen que echar a rodar por el mundo de los
cristianos ideas de rebelión que rompan esa armadura de Sociedad Medioeval, tan
fuertemente consolidada, y sobre todo terminar con estos dos puntales de la
Sociedad Cristiana: el altar y el trono;
el Papa y el Rey. Para ello tienen preparada una fórmula magnética que va a
deslumbrar y subyugar las multitudes de una sociedad en cierto modo agitada y
turbulenta por culpa de ese trono y de
ese altar que, olvidando que en el reino de Dios toda grandeza es una grandeza de
servido, porque el Papa y el Rey están sobre todos para servirles a todos, han
canalizado el poder.
Una fórmula de tres palabras va a enloquecer
al mundo: ¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!
Pero
¿cómo lanzarlas al mundo para que se
hagan substancia en la carne de los cristianos, sobre todo sabiendo que basta
que aparezca el sello judaico para que sean rechazadas?
Muy sencillo para esta raza conspiradora por
naturaleza. Las hará germinar y aclimatar primero en conciliábulos secretos,
donde se agruparán todos los ambientes de una sociedad en descomposición.
Y así los turbulentos, y agriados por el
espíritu de rebelión, con el cerebro delirando concepciones e ideas de
transformación mundial, apañados por aristócratas no menos ambiciosos, se
reunirán en “logias
secretas” de la Francmasonería.
En esas tenebrosas sectas, bajo la
apariencia de ritos y fórmulas judaicas inofensivas, con el pretexto de “trabajar por el mejoramiento material y
moral en el perfeccionamiento social e intelectual de la humanidad” (E. Plantagenet,
La Franc-Maconnerie francaise), se buscará destruir cuanto la Iglesia Católica
había hecho en el mundo. (A. Preuss, Etudes sur la F. M. Américaine).
No se crea que el problema de la Masonería
es un fantasma que se agita para explicar lo que no es sino resultado de
fuerzas naturales. Basta decir que hay pruebas abundantes y sólidas de la
acción mortífera de estas sectas corruptoras.
Son
éstas, sobre todo, los documentos masónicos incautados, como los del “Iluminismo de Baviera”, caídos en manos de la
Policía en 1785, y que el abate Barruel aprovechó para escribir sus Mémoires pour
servir a l´histoire du Jacobinisme, 1798; los de “La Alta Venta Romana”,
llegados a poder del Vaticano en 1845, y de los que se ocupó Crétineau Joly en
su libro La Iglesia Romana frente a la Revolución; más recientemente los de los
Archivos masónicos de Budapest, incautados en 1919 cuando la caída de Bela Kun en Hungría.
Pero aun sin recurrir a
estos documentos, basta recoger las afirmaciones insolentes y cínicas de los
mismos francmasones que hoy se sienten orgullosos de sus gestas perversas.
Las
palabras con que el francmasón Bonnet resumió los triunfos masónicos en el Congreso
Masónico del Gran Oriente de Francia en 1904 son muy ilustrativas.
En el
siglo XVIII —dice— la gloriosa generación de los enciclopedistas encontró en
nuestros templos un auditorio fervoroso que, entonces solo, invocaba la
radiante divisa, desconocida por la muchedumbre; Libertad, Igualdad,
Fraternidad. La semilla germinó pronto.
Nuestros ilustres H. H. D'Alembert, Diderot,
Helvecio, Holbach, Voitaire, Condorcet terminaron la obra de evolución espiritual
y prepararon los tiempos actuales.
Y
cuando se desplomó la Bastilla, la francmasonería tuvo el honor supremo de dar
a la humanidad la carta que había elaborado con amor.
El H.
La Fayette es el primero que presentó el proyecto de una declaración de los derechos
naturales del hombre y del ciudadano que vive en sociedad, para formar con él
el capítulo primero de la Constitución. El 25 de agosto de 1789, la
Constituyente, de la que más de 300 miembros eran masones, adoptó
definitivamente, casi palabra por palabra, como se estudió largamente en las logias,
el texto de la inmortal declaración de los derechos del Hombre. En esta hora decisiva
para la civilización la francmasonería francesa fue la conciencia universal, y
en las improvisaciones e iniciativas de las Constituyentes no cesó de aportar
el resultado reflexivo de las elaboraciones de sus talleres.
Hasta aquí el
francmasón Bonnet. Otros dos autores, Cochin y Charpentier, que coleccionaron
los documentos de los archivos municipales y nacionales de Francia, han podido escribir
que desde 1787 a 1795 no hay ni un solo
movimiento popular, excepto el de la Vendée, que no haya sido movido y
organizado en los más insignificantes detalles por los Jefes de una
organización secreta, que actuó en todas partes del mismo modo, haciendo
ejecutar sus órdenes a la voz de mando.
¿Y quién creó y quién comandaba las multitudes de logias que
infestaban el suelo de Francia?
El
judío Isaac Wise nos da la respuesta en “The
Israelite” del 3 y 17 de agosto de 1855: La Masonería —dice— es una institución judía, cuya historia,
reglamentos, deberes, consignas y explicaciones son judías desde el comienzo al
fin, con excepción de alguna regla secundaria y algunas palabras en el
juramento.
Y por los numerosos
documentos secuestrados de los Archivos masónicos de Budapest en 1919 (La Franc-Maconnerie en Hongrie, Preface
de Charles Wolf, Budapest, 1921) aparece claro que la masonería es una obra
eminentemente judía. Así, por ejemplo, el libro que contiene la Constitución de
la Gran Logia Simbólica de Hungría, impreso en Budapest en 1906, lleva la fecha
de la era judía 5886. El texto de los votos pronunciados por los miembros está
concebido en lengua hebraica. Las consignas, que cambian cada seis meses o cada
año, son igualmente hebreas. La lista publicada al fin del libro nos muestra
que el 92% de los miembros de las Logias son judíos; no son sino nombres como
Abel, Bloch, Berger, Fuchs, Herz, Levy, Pollak, Rosenthal, Schon, etc., o bien
nombres judíos magiarizados como Kun, Kadar, etc. (Ver Mons. Jouin. La Judeo-Maconnerie et L’Eglise Catholique).
La afirmación de Gougenot des Mousseaux (Le juit et la judaisation des peuples,
1869) de que en el Consejo universal
y supremo, pero secreto, de la Masonería, compuesto de nueve miembros, se han de
reservar cinco asientos para los representantes de la nación judía, no es
tan peregrina.
“EL JUDÍO”
La teología en defensa del catolicismo.
AÑO 1959 (3ª Edición)
La
primera edición de la presente obra, se publicó en el “año 1936”